Una de las características más cautivadoras que llamó la atención de Illa sobre San Marcos fue el hecho de que la gente seguía actuando como una sola, como una familia. Hoy en día nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo donde no sabemos quién es nuestro vecino, cómo se llama y peor aún cómo se siente. Es triste ver cómo nuestras vidas se han convertido en rutinas monótonas cuando deberían ser todo lo contrario.
Sin embargo, cuando miramos a San Marcos, parece que la esperanza no debería perderse todavía. Caminar por las calles de San Marcos es como adentrarse en la historia. Una de las cosas más bonitas que hemos vivido aquí es el sentido de Illa, que es la sensación de familia y calidez.
¿Cómo? Simple. Déjame contarte una breve anécdota sobre cómo se tarda menos de un día en dejar tu corazón en San Marcos. En el pueblo hay una fundación sin fines de lucro llamada Muchachos Solidarios que brinda protección y alimentación a jóvenes adolescentes trabajadores que viajan desde diferentes lugares del Ecuador para trabajar por el futuro de sus familias.
Un día uno de los miembros de esta fundación nos preguntó si queríamos unirnos a ellos en una de sus comidas. Este fue un gran honor que no podíamos negar. Desde el momento en que entramos a la casa, sentimos el tipo de calidez y amor que uno solo puede sentir en casa, lo cual es impresionante, ¿verdad?
Es increíble que recibamos más de lo que dimos. El esfuerzo, el amor y la pasión que se pone en cada comida para los niños es impresionante, y créanme, estas no son solo palabras, esta es la verdad. Mientras preparábamos la comida de los niños, Mónica (jefa de la fundación) nos mostró paso a paso para hacer los tamales perfectos, el ceviche perfecto y más. Su forma de mostrarnos su preparación fue diferente a la que estamos acostumbrados. ¿Por qué? Todas sus palabras eran reales y podías sentirlo, podías sentirlo por la forma en que todos trabajaban en la cocina. De alguna manera se podía sentir que estaban haciendo lo que estaban haciendo porque querían, no porque tenían que hacerlo.
No solo demostraron su cariño en la preparación, cuando llegó el momento de servir la comida, fue cuando nos dimos cuenta de que ya no éramos invitados sino familia. ¿Cómo? Sencillo, desde los cariñosos y dulces apodos hasta las divertidas y reconfortantes conversaciones que tuvimos con los niños y los miembros de la fundación. Fue en ese momento donde nos dimos cuenta de que todos éramos hermanos y hermanas. Era como si todos nos conociéramos sin conocernos realmente, todos nos entendíamos sin hablar durante horas, todos sentimos que nos conectamos.
Eso es San Marcos, entras como invitado; como alguien que piensa que no sabe lo que le rodea. Sin embargo, cuando te vas, todos esos sentimientos de desconexión y desconocimiento se convierten en amor y familia. ¿Qué tan disrupted verdad?